Otra Opción

Desde siempre, para una persona, -más si se trataba de una mujer-, el hecho de vivir sola era un estigma. Algún problema de personalidad debía tener, si no había nadie a su lado que quisiera compartir sus días. Y así, los hijos tenían la responsabilidad moral de llevarse a sus padres a vivir con ellos, para que no se quedaran solos; o la tía que nunca se casó se traía a algún sobrino que adoptaba casi como un hijo, cargando con todas las responsabilidad que esto conlleva.
Pero, como todo, estas costumbres han ido cambiando. Y el resultado es que tanto padres como hijos, tias y sobrinos son mucho más felices disfrutando su espacio, haciendo las cosas a su modo, viviendo solos. Alguien dijo alguna vez: “Vivo solo, pero no en soledad”.
Aprender a vivir con sólo uno mismo no es fácil al principio, pero una vez que se le agarra el gustito, es muy difícil dar marcha atrás. Habría que renunciar primeramente a la libertad absoluta del espacio vital, de los rincones que son refugio invaluable para leer o escuchar música, para dejar volar la imaginación. Luego, hay que ceder. Ceder espacio físico, ceder intimidad, ceder libertad.
No digo que las personas que viven solas son más felices, para nada… tampoco lo son las que viven acompañadas. La felicidad la construímos desde adentro, aprendiendo a disfrutar todos esos momentos que se nos presentan en nuestro día a día, ya sea que estemos solos o acompañados.
Solos, pero no en soledad… otra manera de vivir la vida… otra opción.

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