Los Cuates

Los últimos meses de su embarazo veíamos a doña Arminda caminar pesadamente por el pasillo de la casa, deteniéndose de las paredes. Su última hija -la Chechy- , tendría apenas once meses cuando naciera el bebé que esperaba, que a todas luces sería enorme. El agotamiento de doña Arminda era evidente y le dolía no poder ni siquiera levantar en brazos a su niña de meses.


Cuando por fin llegó la fecha en que daría a luz, don Ray la llevó al hospital y nosotros nos quedamos esperando la buena nueva...¿será niño o niña? ni por asomo se nos ocurría pensar en la eventualidad de que fueran dos. Y así lo confirmó don Ray, cuando en la noche regresó con la noticia: ¡eran cuates! dos niños que nacieron grandes, de parto natural, sin anestésicos, analgésicos o ayuda alguna para soportar el dolor, ¡doña Arminda seguía siendo una luchadora!


Tras ser dada de alta, llegó a casa sonriente, con un par de bultitos envueltos apretadamente en sendas cobijitas. Tras ella venía un desencajado don Ray, que todavía no terminaba de digerir la doble responsabilidad que ahora tendría. Y así fue: las enfermedades se presentaban por partida doble; uno de ellos estuvo al borde de la muerte mientras la Chechy sólo miraba el alboroto, calladita desde su cuna. La cama matrimonial quedó rodeada de cunas en sus tres flancos. A veces terminaba doña Arminda exhausta, boca abajo en la cama, empujando una cuna con cada pie y la otra con la mano. Había siempre un radio prendido, "para que se acostumbraran al ruido".


Crecieron entre cerros de pañales que no se secaban en la helada Nogales; había que ponerlos frente al calentón. Amanecían mojados hasta la nuca y cambiarlos con cuidado de que no se enfriaran era una tarea que ocupaba una hora por las mañanas. Y todos estábamos encantados, empezando por doña Arminda y don Ray. La casa era un hormiguero llena de risas, bromas y uno que otro llanto.


Con personalidades totalmente diferentes, optaron cada uno por la profesión que más se adecuaba a su carácter. Francisco -el Caco- se convirtió en arquitecto y Fernando -el Tana- se decantó por la Administración de Empresas.


Ahora los dos son empresarios de éxito, padres de familia y miembros destacados de la sociedad, Francisco en Ensenada y Fernando en Hermosillo. Son músicos de corazón y les encanta el golf. Son padres amorosísimos y buenos maridos, al decir de  Marthita y  Thelma, sus respectivas esposas... y son felices. Doña Arminda y don Ray pueden estar satisfechos.


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