25 años después...


—¡Eso no es posible!— exclamó sonriente Antonia mientras se escapaba de los brazos de Roberto.



–Por algo las películas sobre viajes en el tiempo las encuentras en los anaqueles de ciencia ficción. El tiempo es plano, lo pasado ya pasó y el futuro aún no llega; sólo tenemos el presente, esto que nos dura un instante. Y entiendo tu gusto por el tema, digo, puede ser bastante entretenido, pero de ahí a pensar que sea una realidad…
–Lo mismo se pensaba en la edad media sobre la electricidad –agregó  Roberto, su novio desde hacía dos años, con voz de quien ha encontrado una verdad irrefutable— es más: en aquel tiempo hubieran quemado en la hoguera por brujería a quien les mostrara una lámpara. ¿Te imaginas a la santa inquisición con un Ipod?

–Pero ya en serio, si no crees que existan, por lo menos deberías estar abierta a la posibilidad de que en algún momento descubramos el misterio del tiempo y el espacio y podamos hacer ese tipo de viajes ¿no crees? –continuó—.  Precisamente ayer estuve viendo en uno de esos canales de investigaciones científicas, sobre un profesor de física en la Universidad de Connecticut que ha hecho investigaciones y experimentos sobre el tema. Ronald Mallett es un científico muy reconocido por sus estudios sobre relatividad general, gravedad cuántica y viajes por el tiempo. ¿Crees que le hubieran dado el premio a la excelencia en enseñanza si no creyeran que lo que él dice es por lo menos posible?

—Pues sí, muy premiado, muy reconocido, pero ni él ha podido hacerlo realidad ¿ya ves? Aunque pensándolo bien no sería mala idea. Si así fuera, lo que me gustaría es viajar a aquella fiesta del cumpleaños de tu hermanita, donde la resbalosa de la minifalda, se te pegó como chinche, con el cuento de que “le encanta la arquitectura”... ahí me hubiera gustado estar para cantarle unas frescas.
— Es que en verdad le gustaba la arquitectura – dijo Roberto riendo, al tiempo que esquivaba un trapo de cocina que le lanzó su novia con mirada de “más te vale quedarte callado.”

—Mallett a sus 64 años, sigue empeñado en realizar viajes por el tiempo. En una entrevista contó que su padre murió de un infarto a los 33 años. El sueño de su vida es viajar al pasado para salvarle la vida.

—Eso lo puedo entender –respondió Antonia mirando al suelo.
De repente el tono de broma había desaparecido por completo. De nuevo regresaba a Antonia ese sentimiento que desde la muerte de su padre no se había podido sacudir del todo.

 —Desde que tuve uso de razón, escuché a mi papá fantasear sobre lo que haría él si pudiera retroceder algunos años. Le hubiera encantado conocer a su abuela, que fue todo un personaje. Se atrevió a desafiar las costumbres ultra conservadoras de mediados del siglo XIX en Guanajuato. ¿Te imaginas? Se escapó con mi bisabuelo cuando sólo tenía 13 años y se casó con él –que debe haber sido guapísimo, según las fotos que tiene mi abuela por ahí— en contra de la voluntad de su padre, un señor bastante intransigente, por cierto… A mí también me hubiera gustado conocerla.
La expresión de Roberto también cambió. La sonrisa se había borrado de su rostro y en su mirada se notaba un color entre tristeza y añoranza. El padre de Antonia, quien había fallecido apenas dos meses atrás, disfrutaba platicar con Roberto sobre las cosas que él soñaba y que las incrédulas mujeres de su casa habían descartado hace mucho tiempo.

—La última vez que platicamos fue sobre eso. Don José me confesó que creía firmemente que los viajes en el tiempo van a ser posibles algún día; y más pronto de lo que imaginamos.  —Notando la nostalgia en Antonia, continuó—. Ese mismo sentimiento que tienes ahora es el que ha llevado a los científicos de todos los tiempos a investigar sobre el tema. Es que si fuera posible imagínate todo lo que se podría hacer; podríamos conocer a Cristo, o a los Reyes Católicos o a Hidalgo y Morelos. Podrías vivir cualquier momento de la historia sobre la que tanto has estudiado y ahora das clases. Incluso podrías conocer a tus bisabuelos y conocer de primera mano tus raíces.

—Pero bueno, me voy porque mañana tengo una exposición muy temprano y si sigo hablando de este tema me quedo tres días sin salir de aquí, lo cual no sería tan mala idea, —dijo con una sonrisa de complicidad, mientras abrazaba a Antonia por la espalda y le robaba un furtivo beso de despedida.

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