La Ale

No la esperaba. Fue una sorpresa total cuando nos informaron que nuestra pequeña familia de tres iba a tener un nuevo miembro. Sentí pánico: su hermana mayor tendría cinco años cuando naciera y sólo de pensar en volver a tener un bebé indefenso, frágil, vulnerable, cuya vida dependería totalmente de mí, me llenó de angustia. Pero éso sólo fue la primera impresión.

A medida que pasaban los días iba llenando mi cuerpo y mi vida de amor, de ese amor que al nacer se manifestaría en cada gesto, en cada mirada de sus inmensos ojos. "Mi venadita" le decía don Ray y a doña Arminda le sorbió el seso completamente. En cuanto oía sus pasitos entrar a su casa, le cantaba desde la cocina "inda inda coyachón" (linda linda corazón) y en un segundo la tenía prendida de sus piernas, gesto que doña Arminda adoraba.

Junto con su hermana disfrutó y padeció la inmadurez de sus padres y la vocación itinerante de su mamá. Vivimos en diferentes ciudades, que recorríamos expectantes y las hacíamos nuestras. Cada casa que habitamos, tuvo un rincón que ella hacía suyo, donde sólo ella cabia. En más de una ocasión nos causó tremendos sustos al quedarse dormida en uno de esos sitios escondidos, fuera de la vista de los simples mortales.

Su juventud fue intensa en su curiosidad insaciable por vivir cada experiencia al tope. Y encontró el amor en un hombre tierno, dueño de un gran corazón. Junto a él vive ahora su propia historia de adulta responsable, aunque muchas veces se asoma la chispa adolescente y terminan los dos llevando a cabo alguna idea bizarra.

Es una gran bendición tenerla cerca. Es una criatura llena de amor. Es mi querida, mi muy querida Alejandra.

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