Un Precio muy Alto

Hace 40 años, en 1973, por requerimientos familiares de trabajo me fui a vivir a Chiapas, a Tuxtla Gutiérrez específicamente, pero me tocó viajar por todo el Estado durante los dos años que duró mi estancia en ese lugar.

Los chiapanecos en ese entonces, se sentían orgullosos de su independencia, decían que Chiapas fue el último territorio que se anexó a México "somos los mexicanos más nuevos" decían. De hecho, había muy poca injerencia del gobierno federal en esa zona. Tuxtla Gutiérrez, la capital, era una población muy pequeña: 13 calles de largo por 9 de ancho y algunas casas -muy pocas- fuera de este perímetro.

Había una gran cantidad de Chamulas, con sus atuendos típicos,  los hombres con sombreros cubiertos de listones de colores (cada color es un don) y traje de manta; las mujeres con falda larga, angosta, color negro, blusa blanca y faja roja. No era un disfraz para un festival, era su vestimenta normal, de todos los días. Tampoco se sentían diferentes, porque eran mayoría. Tengo la convicción de que ni siquiera se cuestionaban si eran "indígenas" o "población marginada", se limitaban a vivir su realidad llena de magia, de tradiciones, de sabiduría... y sus miradas, generalmente eran tranquilas. Los niños (los "pichitos") juntaban botes llenos de hormigas gigantes que salían con las lluvias y que eran un manjar delicioso para ellos. Muchas veces tocaron a la puerta de mi casa para regalarnos un puñado de estos insectos como muestra de aprecio. No conocían el término de "pobreza extrema", porque siempre había mangos y plátanos tirados, aparte de una gran variedad de frutas silvestres. Todos tenían su pequeño huerto que no necesitaban regar, pues las lluvias eran cuantiosas y el ambiente siempre húmedo. Abundaban también las iguanas y otros animales comestibles. En fin, comida sana no les hacía falta.

Claro que había malandrines, abusadores y vagos, como en cualquier sociedad, pero sus tradiciones eran sagradas y el respeto a sus autoridades morales, irrestricto. Había magia en el ambiente, lo que nos provocaba más de un sobresalto a los que desconocíamos sus costumbres. Esto les causaba mucha risa y hasta nos veían con cierta conmiseración...pobres ignorantes -debieron pensar de nosotros-, ¿cómo pueden vivir una vida tan frívola?.

San Cristóbal de las Casas era un pueblito pintoresco, habitado casi exclusivamente por chamulas, de mejillas chapeteadas y una forma de arrastrar las palabras que a mi me parecía deliciosa. El templo de San Juan Chamula era sacrosanto: oíamos hablar de el, pero por ningún motivo podíamos ni siquiera acercarnos. Era algo de lo que se hablaba en voz baja, de puro respeto.

Regreso ahora, por primera vez en 40 años. Tuxtla es una ciudad grande, igual de terrosa e impersonal que cualquier ciudad capital en México. Se devastaron las áreas de bosques en pro del crecimiento urbano. Hace calor, hay polvo donde había humedad y el color gris sustituye al verde exuberante. No vi listones de colores, sólo mujeres y niños pidiendo limosna o tratando de vender artesanias chinas por medio de la lástima.

Y San Cristóbal, con su clima siempre fresco, es hoy un bastión turístico internacional de izquierda. Muchas fondas y pequeños restaurantes típicos; algunos con fotos de encapuchados y frases de Marcos escritas en la pared. La vestimenta es uniforme: ropa holgada para hombres y mujeres; cabellos largos y descuidados y una insufrible actitud de superioridad ante la gente común y corriente que anda por ahí. De los Chamulas.... ¡nada!... ya fueron redimidos.

Nuestro guía nos llevó a visitar el Templo de San Juan Chamula. ¡No lo podía creer!, mediante el pago de una cuota mancillamos aquel baluarte de la mística Chamula, ante las miradas resignadas de los fieles que cumplian ahi con sus rituales. Así, nuestro grupo variopinto de turistas ignorantes pasó junto a una joven familia, que hincados en el piso tenían en sus brazos a una bebé muerta y otros más que no tenían más remedio que exponer ante extraños todo su dolor. Su dignidad, su gran orgullo fue doblegado cuando les hicieron ver que eran indígenas, que eran marginados, que el gobierno tiene una deuda eterna con ellos y que son pobres. Algo similar a lo que hicieron los conquistadores españoles con nuestra cultura autóctona...¡ahg!!!!

Los Chamulas, otrora coloridos, orgullosos y dignos son ahora muy escasos, pedigüeños y muy conscientes de su triste condición de indígena discriminado. Todo el Estado está plagado de letreros de los programas federales con que los que les etán haciendo el favor de beneficiarlos. Han perdido su identidad en aras de pertenecer al México civilizado de hoy. Un precio muy alto por tan escasa recompensa, creo yo.

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