La Serenata

Llegó mi cumpleaños. Desde la víspera empezaron a llegar los mensajes de felicitación, una visita entrañable y, a las 12, los acordes de unas guitarras con las tradicionales mañanitas.

Nervios.... ¿me asomo?... una rápida cepillada de dientes y de cabello... ¿prendo la luz?.... ¡¿qué hago??!!!!...traté de recordar el protocolo: en mi muy lejana juventud cada serenata implicaba una carrera contra el reloj, para llegar a la recámara de mis hermanos, antes de que el mayor de ellos cerrara la puerta con llave y me dejara sin acceso a la ventana, sordo a mis súplicas. La explicación es que el cuarto de ellos tenía ventana al porche, el mío no. Si el sueño de mi hermano era pesado ese día y me daba oportunidad de entrar al cuarto, el problema estaba resuelto; si no.... el infortunado galán se enfrentaba a una mano enorme (proporcional a sus casi dos metros de estatura) que mi hermano sacaba por entre la persiana y la movía ante los ojos de los desconcertados músicos. Cuando se cansaba, empezaba a contestar los mensajes de las canciones: "¡paloma ya déjalo ir para que nos dejen dormir!"...de nada servía que yo despertara a don Ray, para que pusiera orden. A don Ray le hacían mucha gracia esas cosas.

Definitivamente no podía tomar esas experiencias como referencia. Afortunadamente, como entusiasta seguidora de las películas de Pedro Infante me acordé del ritual: había que prender la luz de una lámpara y asomarse al balcón... y así lo hice, pero algo no andaba bien: en las películas la galana sale con una vaporosa bata blanca con encajes; maquillaje impecable y pestañas postizas. Yo traía una piyama oscura, floreada, matapasiones y de maquillaje... ¡nada!, además, en las películas el galán se acerca montado en un caballo y entablan una conversación llena de dobles sentidos. Aquí no había caballos y abajo estaban mis hijas, mis yernos, hermanos, primos y no se me ocurría ninguna conversación, pues.

Me olvidé de los rituales y así, con mi inadecuada piyama de franela, bajé a cantar con ellos. Toda una hora acompañada del trío y de mis más grandes amores. Agradecida profundamente con todos ellos que respondieron con entusiasmo a la convocatoria de la Moni, mi hija mayor, mi niña.

La emoción sigue ¿a qué horas me hice merecedora de tanto amor?... no se. Quisiera encontrar más formas de decir ¡gracias, gracias, gracias!!!

Comentarios

Entradas populares