Mi Nana

Rezongona, amorosa, de risa contagiosa y muy mala para cantar, era una señorona admirable desde todos los ángulos. Viuda desde muy joven, enfrentó a la vida con sus dos hijos pequeñitos: "Raymundito" de 3 años y María Aurora, que apenas alcanzaba un año de edad. Ya traía a cuestas el gran dolor de haber perdido a su hijo mayor, Mariano, cuando vio impotente apagarse la vida de su esposo don Raymundo -mi abuelo- a quien ella adoraba ciegamente.

Eran los años 20's del siglo pasado. Una mujer viuda en esa época estaba condenada a encerrarse y vivir de la caridad de sus familiares -con riesgo de que esos familiares desconocieran el significado de la palabra "caridad"- y declararse muerta en vida, aún cuando apenas tuviera veintitantos años, como fue el caso de mi abuela. Pero se necesitaba mucho más que eso, para doblegar a ese ejemplo de fortaleza. Vistiendo luto  hasta el final de sus días, guardó entre sus objetos más preciados el más valioso de todos: la fotografía de mi abuelo, muy elegante, grandote, en un descolorido color sepia. Puedo imaginar la cantidad de lágrimas y besos que recibió esa foto hasta el último día en la vida de mi abuela, más de 60 años después.

Mis primeros recuerdos de ella son verla hacia arriba. Una mujer alta, delgada, vestida de negro, yendo y viniendo en la trastienda de "La Tienda Nueva", el negocio que levantó junto con sus hermanos. Pero su corazón estaba volcado por entero entre mi papá -"Raymundito"-,  y mi tía María Aurora quienes eran el centro de su universo. Tras la muerte temprana de mi tía llegó a vivir a nuestra casa, llena de chamacos (11 hermanos), de ruido, de música, de bromas... ahora pienso que debió serle difícil adaptarse a esa nueva realidad.

Luchadora imparable, tejía diferentes prendas para allegarse algunos centavitos más de los que le daba mi papá mes a mes que, aparte, no debían ser muchos, dada la situación familiar. Todos nosotros lucimos en su momento alguna bufanda, algún jorongo o algún sueter confeccionado por ella. Cuando el cáncer se llevó a mi mamá y decidimos mudarnos todos a Mexicali, su dolor la dobló por fin y murió a la vuelta de tres meses.

Hace unos días me encontré una fotografía que nos tomamos por aquella época. Veo a mi Nana, mi abuela, viejita, muy viejita, con los cabellos blanquísimos, pequeñita... así la revela la foto, ¡aunque yo hasta el último de sus días la vi enorme!... Una sonorense de las de a buenas, una esposa, madre, hermana, abuela extraordinaria... una MUJER, así, con mayúsculas.

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