EL SOCIO
No dudo que todos hayamos tenido días, o tal vez semanas en las que todo sale mal, hasta las cosas más increíbles se suceden una tras otra. Nosotros tuvimos una de esas épocas cuando formamos nuestra empresa… sólo que esa época duró tres años. Nos pasó de todo: negociaciones caídas a última hora, cambio de políticas en las empresas con las que tratábamos, un choque por alcance del único carro que teníamos para dar las vueltas, hasta el fallecimiento de un cliente entre una firma y otra que requería la operación…en fin… todo lo que podía salir mal, salía mal, y lo que no… también.
En incontables ocasiones nos sentamos en nuestro sitio de trabajo, en un cuarto de servicio de una casa, viéndonos con incredulidad. Trabajábamos hasta el agotamiento, cuidábamos hasta el menor detalle y ¡cuas! algo más salía mal. Cuestionábamos frecuentemente la conveniencia de continuar con la empresa, mientras hacíamos milagros para subsistir tres familias con los escasísimos ingresos que teníamos.
Un día, en el colmo de la desesperación, decidimos incorporar un nuevo socio a nuestra pequeñísima empresa. Sería un socio que trabajara duro, que desquitara cada centavo que religiosamente le pagaríamos: el 10% de nuestros ingresos, que en esos momentos eran microscópicos.
Pero, para nuestra sorpresa, el Socio resultó un gran trabajador. Las buenas noticias empezaron a llegar, al principio poco a poco, y después en una verdadera cascada. Rentamos oficinas que, a la vuelta de dos años nos quedaron chicas y tuvimos que cambiarnos a otras más grandes. Contratamos personal alegre y positivo, y crecimos a otras ciudades.
El sueldo del Socio ha servido a personas necesitadas, niños que hacen malabares en las esquinas, ancianos durmiendo en alguna banca, muertos de frío y muchas otras más, aunque la mayor parte se va a un proyecto integral para recuperar familias en completo abandono.
Y debe estar satisfecho el Socio, porque nos sigue bendiciendo con más trabajo y más buenas noticias. Nosotros, por supuesto, no dejamos de dar gracias a nuestro gran Socio… no dejamos de dar gracias a Dios.
En incontables ocasiones nos sentamos en nuestro sitio de trabajo, en un cuarto de servicio de una casa, viéndonos con incredulidad. Trabajábamos hasta el agotamiento, cuidábamos hasta el menor detalle y ¡cuas! algo más salía mal. Cuestionábamos frecuentemente la conveniencia de continuar con la empresa, mientras hacíamos milagros para subsistir tres familias con los escasísimos ingresos que teníamos.
Un día, en el colmo de la desesperación, decidimos incorporar un nuevo socio a nuestra pequeñísima empresa. Sería un socio que trabajara duro, que desquitara cada centavo que religiosamente le pagaríamos: el 10% de nuestros ingresos, que en esos momentos eran microscópicos.
Pero, para nuestra sorpresa, el Socio resultó un gran trabajador. Las buenas noticias empezaron a llegar, al principio poco a poco, y después en una verdadera cascada. Rentamos oficinas que, a la vuelta de dos años nos quedaron chicas y tuvimos que cambiarnos a otras más grandes. Contratamos personal alegre y positivo, y crecimos a otras ciudades.
El sueldo del Socio ha servido a personas necesitadas, niños que hacen malabares en las esquinas, ancianos durmiendo en alguna banca, muertos de frío y muchas otras más, aunque la mayor parte se va a un proyecto integral para recuperar familias en completo abandono.
Y debe estar satisfecho el Socio, porque nos sigue bendiciendo con más trabajo y más buenas noticias. Nosotros, por supuesto, no dejamos de dar gracias a nuestro gran Socio… no dejamos de dar gracias a Dios.
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