Las mamás

Hace días, platicando con un muy querido amigo, comentaba él con la mayor naturalidad sus planes de llevar a su mamá unos días a su pueblo, en semana santa. La señora tiene 92 años y todavía tiene ánimo de andar de arriba para abajo, tejer y hasta chipilear a sus dos retoños con comidas especiales. Mientras lo oía, yo pensaba en la gran bendición que tienen al poder disfrutarla a sus cincuenta y muchos años, poder hablar con ella, acariciarla y sobre todo, sentir su amor, ese gran amor, entrañable, único, que una madre tiene para sus hijos.

Quienes literalmente no tenemos madre, no podemos dejar añorar una situación así. ¿Qué no daría yo por reflejarme en los ojitos dulces de doña Arminda, oír su voz y hasta recibir sus regaños: "no, mijita... tu no", cuando se me escapaba alguna palabra fuera de lugar?

La tuve por tanto tiempo y la veía -como mi amigo ve a su madre- como lo más natural del mundo, ella siempre estaba ahí. Fue cuando ya no la tuve, que empecé a revivir los pequeños detalles de nuestro día a día, su música, sus bromas, su amor... y llegaron los "hubiera"... la hubiera cuidado más, le hubiera dicho cuánto la quería más seguido... la hubiera.....

Después de casi 28 años de que se fue, no hay dia en que no la recuerde y en fechas como hoy, 10 de mayo, sólo quisiera poder abrazarla fuerte, muy fuerte. A mi amigo y a quienes todavía tienen madre, sólo les puedo decir, ¡disfrútenla!, que ellas tienen la mala costumbre de irse antes que nosotros y dejan un hueco enorme, imposible de llenar.

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